Hinca una rodilla en tierra y se santigua. Así comienza una nueva cesta -y van miles...- Juan Unzueta, el portador de la llama de la cestería, un oficio que ha tomado una senda sin retorno. 'No sé cuánta vida le quedará a esta profesión pero me temo que poca', susurra.
DEIA
jon mujika - Domingo, 24 de Abril de 2011 - Actualizado a las 05:47h
bilbao. Era aún un niño -apenas doce años...- cuando el veneno del castaño y la cestería se adueñó de su voluntad. Desde entonces han pasado más de setenta años y Juan ha vivido la edad de oro del oficio y su decadencia; ha doblegado miles y miles de láminas de castaño que templó al fuego y ha sido testigo de cómo cayó la demanda. Trabajó para las minas y para grandes mansiones y se ha convertido en un virtuoso, casi el un luthier de la cesta. Cualquier día de estos una de sus obras suena como un stradivarius.
Comenzó con la cesta con pantalón corto...
Sí, pero bien pronto que tuve que cambiarlo para poder tener el cesto entre las rodillas y retorcer los aros sin quemarme.
¡Adiós, infancia, adiós!
Era lo que había, lo que tocaba. Uno no elige lo que quiere. Mi padre se hizo cestero y había que mantener la empresa familiar.
Vivió la época dorada de las minas...
Tanto como dorada. Podíamos hacer cien cestas al día, pero aquel era un trabajo monótono. Recuerdo que la medida era lo que cupiese en la pala del minero. Así se ahorraba tiempo y espacio.
¿No será usted supersticioso?
¿Cómo dice?
¡Toca madera!
Ja, ja, ja. Toco madera todos los días de mi vida. Y, por ahora, sin desfallecer ni una sola vez.
¿Qué sufren más: la espalda o las manos?
Ambas cosas salen mal paradas, pero, gracias a Dios, no he tenido un accidente en mi vida. Será que algo sé hacer.
¡Larga vida a la cestería!
Me temo que ya le queda poca a este oficio. No veo que los jóvenes estén por la labor de aprenderlo.
Y usted soñará ya con el retiro dorado, tras setenta años de lucha...
¡Ni pensarlo! ¿Qué iba a hacer entonces? Yo no veo a nadie que venga por detrás con ganas pero no me desanimo. Mientras tenga fuerzas no pienso dejarlo.
Trabaja con las manos en la era digital... ¿Conoce Facebook?
¿Lo qué?
Facebook, internet... Muchos mundos en uno.
Yo conozco muchos mundos, todos los que me rodean. Con eso creo que es suficiente.
¿Le gusta la vida buhonera de ir de feria en feria?
Es una hermosa manera de transmitir la tradición. Vamos hacia la desaparición de muchos oficios que ya no se podrán rescatar.
¿Recuerda cuál es la obra de artesanía más compleja que ha realizado?
Me gusta la variedad; no quedarme solo en los cestos. He hecho cosas muy diferentes pero no tengo para olvidar una casa de 100 metros cuadrados. Cubrí todos los techos de tejidos... ¡Fue un trabajo de chinos!
¿Odia la rutina?
Me gusta dejarme llevar por la imaginación. Hago zócalos, biombos.. ¡Lo que se tercie! Y me gustan los desafíos, lo complicado.
El castaño y usted. No sé quién es más rebelde a la hora de doblegarse...
Ja, ja, ja. De momento he podido yo.
¡Con una salud de hierro!
He tenido gente en el taller que fumaba y en la cuadrilla también había alguno pero yo... ¡jamás!
Primera regla de oro. ¿La segunda?
El deporte, el ejercicio físico. Yo he hecho de todo. He jugado al tenis, al fútbol. Me he ido en bicicleta hasta Francia. Si tienes el cuerpo y la cabeza ocupados las cosas andan bien.
En su biografía se recuerda que fue testigo del bombardeo de Gernika...
Estaba en el monte de Berrotxe, junto al caserío Larrondo; a unos ocho kilómetros de Gernika. Fue increíble; de repente se hizo de día.
La guerra desbarató parte de la industria familiar y se llevó a varios hermanos... ¿rencor?
Nada, para qué. La vida era así en aquel entonces. Nada más, no hay que darle más vueltas.
La flexibilidad del castaño se moldea en las manos de Juan Unzueta, quien vive con pasión cada trabajo que emprende. (Foto: juan lazkano)